Te doy la bienvenida al cuarto día del reto.

EMOCIONES EN NAVIDAD

Te comparto el tema por escrito y también en audio, para que puedas elegir el formato que se adapte mejor a ti.

Y llegamos al cuarto día 🙂

Hemos hablado de los regalos, y de las diferentes maneras que tenemos, las personas, de ver el asunto, ya que no todas las personas le damos la misma importancia.

Hemos visto cómo, independientemente de la historia que hayamos contado a nuestras peques sobre los seres mágicos, lo más importante es poner el foco en mantener intacta -lo más posible, recordemos que somos humanos- esa confianza sagrada que han depositado en nosotros.

También hemos repensado las acciones, creencias y pensamientos de nuestro entorno y, cómo, a poco que busquemos (bueno, en algunos casos, puede que haga falta traer una retroexcavadora), podemos encontrar mucha benevolencia a nuestro alrededor, si miramos con compasión.

Y bueno, hoy llegamos al día de las emociones, porque todo esto es un mogollón nada fácil de gestionar.

Hemos crecido en hogares donde nuestras emociones (algunas, muchas o todas) no era bien recibidas; nos hemos visto solos y solas con muchas de ellas, sin tener a nadie que nos ayudara a organizar nuestros sentimientos, que nos consolara, que nos validara, o que nos hiciera sentir amados incondicionalmente; nos hemos encontrado sin alguien que nos alentara y nos animara a explorar, y sin tener clara -cristalina- la idea de que siempre podríamos volver a CASA.

Siendo CASA una persona, o un vínculo, más que un conjunto de ladrillos y cuatro paredes.

Y todo esto en Navidad pesa más que nunca porque, además, hay una presión invisible hacía la felicidad, como si fuera la emoción pichichi y el resto se tuvieran que quedar de suplentes.

Mira, no.

Todas las emociones están bien, todas nos sirven, todas tienen un hermoso mensaje para nosotros. Y es hermoso porque es sagrado, porque nos ayuda a dar espacio a algo que necesita ser atendido.

A veces las emociones son agradables; muchas otras veces, no.

A veces, quieres que se queden para siempre; otras muchas, no las puedes sostener, y estás deseando echarlas, o salir corriendo.

Y antes de acompañar cualquier emoción que puedan tener nuestros peques -ahora, en Navidad, en su cumpleaños, en el inicio del cole o campamento, en su primer beso o en su primer día en el trabajo; antes de todo eso, es necesario que atendamos las nuestras.

Y atender no significa regular, ni modular, ni auto-acompañar…

Atender significa darse cuenta de que están. Y permitirnos escuchar lo que nos vienen a decir.

Y como, además, somos puerto seguro, es importante también otra cosa: dado que es difícil dar lo que no hemos tenido, nos va a ser difícil acompañar las emociones que no fueron suficientemente bien acompañadas en nuestra infancia.

Y esto es importante hacérselo saber a nuestros peques, de manera que puedan entenderlo, sin juicios hacia nuestras figuras parentales, porque son figuras de apego también para ellos.

Quizá con un abrazo apretado que pareciera que quiere decir: “Cuando yo era pequeña, ¿os acordáis que había CDs en vez de Spotify? Pues tampoco se les daba bien, a las personas adultas, acompañarnos: “No llores que eso es de chicas, no te enfades que te pones fea”, nos decían. Por eso cuando vosotras tenéis emociones muy intensas, a mí me cuesta un poquito más estar de lo que me gustaría. Gracias por aceptarme como soy, esta dificultad es mía y no vuestra, vuestra emoción es lista; vuestras piernas y vuestros brazos, saben; vuestro cerebro y vuestras lágrimas, saben; vuestro corazón y vuestro grito, son pura sabiduría. Gracias por dejarme aprender a vuestro lado.»

Últimamente hay una tendencia a dejar de educar con premios y castigos, pero lo que sí sigue habiendo es una dificultad para sostener esas emociones, especialmente la ira. En ocasiones veo que se usan herramientas basadas en el Mindfulness que me preocupa que acaben cristalizando, en los niños y las niñas, como una forma de seguir reprimiendo sus emociones en general y la ira en particular. Antes de pasar por la búsqueda de soluciones es necesario dar espacio para sentir el tiempo necesario esa emoción en nuestro cuerpo. 

Y eso, cuando somos pequeñitos, implica gritar e incluso actuar desde una cierta agresividad, al no tener desarrolladas las estructuras cerebrales que permiten lo contrario.

Por supuesto que todas esas herramientas están implantadas en casa, y las usamos, mis hijas y los adultos, lo que me preocupa es que los niños y niñas tengan la sensación, debido a tanto interés y tanta prisa en pasar por ella, de que sentir la ira no es adecuado, y que los peques construyan la creencia de que la ira está mal, y si la sienten, tengan que reprimirla en vez de expresarla, por no experimentar vergüenza o culpa. 

Con frases como “en esta casa no nos gritamos, siempre nos tratamos bien, nunca nos pegamos”, podemos caer en la falta de coherencia. En realidad, podemos informar del límite desde un lugar diferente sin enjuiciar a nuestros hijas e hijos. Por ejemplo,  “gracias por decirme lo que necesitas, a mí me gusta que me hablen bajito, yo no voy a permitir que podáis haceros daño, yo no te dejo que pegues/estropees/molestes…

Sin enjuiciar si lo que hacen está bien o está mal, sin juicios que puedan poner una carga enorme sobre una criatura, que además no dispone de las estructuras cerebrales necesarias para poder hacerse cargo.

Y entonces, ¿quién se hace cargo?

Como figuras parentales nos toca cuidar y eso implica impedir que se hagan daño, a sí mismos, a otros niños y niñas, al ambiente, a nosotros. Lo importante es la forma en la que lo hacemos, sin enjuiciar, sin invalidar el sentir de ese peque. “Veo que estás gritando, tu cuerpo te pide gritar, quizás estás enfadado, triste, frustrado…” al tiempo que, yo, como figura responsable, te cuido, te informo del límite, redirijo hacia lo que sí puedes hacer y, por supuesto, te consuelo, reorganizo tus sentimientos, valido y acompaño, me hago cargo de ti en definitiva, sin enjuiciar tu comportamiento, que pueden dar lugar a sentimiento de culpa o vergüenza.

Y por supuesto, tienen un cerebro racional muy inmaduro, y esto hace que no sean capaces de pasar por los procesos que les estamos exigiendo, y que les suponga demasiado nuestra petición, y que la única herramienta que tengan para demostrar su necesidad sea el grito, el golpe o el llanto. Al decirles que “en casa/cole no lo hacemos” (diferente de yo no te dejo porque te cuido), como si fuera algo labrado en piedra, les dejamos sin herramientas para expresarse, y les podemos hacer daño si ven que su pertenencia está siendo condicionada por su comportamiento.

Y nada de eso es incompatible con poner límites, por supuesto que los informamos, porque además con ello damos ejemplo de cómo se puede poner un límite a otra persona. Las personas adultas podemos decirlo, la mayoría de las veces, los niños y niñas todavía no pueden, somos nosotras quienes somos sus frenos, esa es nuestra tarea.

Por eso tenemos que cuidarnos mucho, precisamente para evitar estos automatismos que pueden llevarnos al grito cuando nos sentimos amenazados (esto es lo que hemos vivido). Y, a diferencia de los peques, nosotros sí somos figura de seguridad.

Sin culpa, con responsabilidad, con mucho amor y mucho cuidado, vamos a intentar no poner más carga a los niños y las niñas según su momento de desarrollo cerebral.

Y entonces, ¿qué hago? ¿Lo estoy haciendo todo mal?

No, siempre que estamos reflexionando y buscando soluciones no “hacemos nada mal”.

Para mí (y no es una verdad indiscutible, es solo mi opinión) es importante informar del límite (un límite, para mí, es como los pilares de una casa, no se tocan, no se negocian y se refiere a todo lo relacionado con la seguridad, mientras que las normas son como las paredes, que para cada familia serán necesarias unas habitaciones más abiertas y otras más cerradas). Y todo está bien, ese equilibrio pertenece a cada persona y a cada familia.

Informar sin enjuiciar a través de la escucha y la validación de su emoción. Y después, ya buscamos soluciones y mostramos habilidades, y llegamos a acuerdos  y lo que consideremos. Después.

A ese niño/a y a toda persona adulta con la que podamos encontrarnos y queramos tener una relación más conectada.

Es decir, también va a servir para responder a la pregunta: ¿y qué hago con mi pareja?

A mi pareja también la puedo escuchar y validar, y eso no significa que esté de acuerdo con ella, solo significa que estamos resonando de forma empática con ellos y ellas, al final, lo que necesitamos es saber que, en esa emoción que estamos teniendo, no estamos solos, que hay alguien que puede estar ahí sabiendo cómo puede sentirse una emoción determinada, que nuestra emoción es importante, valiosa. Y eso nos permitirá sentirnos seguros, vistos, queridos, acompañados y sentidos.

Os voy a dejar este podcast sobre validar emociones.

Y también unos textos sobre la ira en la infancia (lo que popular y, muchas veces despectivamente, se conoce como rabietas).

Espero que os ayuden, y que resuenen con vuestra forma de cuidar.

Y ojalá no os olvidéis de que, cuando estamos en modo supervivencia, es más fácil conectarnos con experiencias pasadas, que crsitalizaron en nosotras como dolorosas, y acabar reaccionando en vez de actuando. Para trabajar eso… ¡autocuidado!

EJERCICIO

¿Qué emociones de tus peques son las que más te cuesta sostener?

¿Qué emociones eran las que les costaba sostener a tus figuras parentales?

¿Y a ti, ahora, contigo misma?

Las frases que te decían, ¿se han quedado contigo y vienen en momentos dificiles?

¿Eran positivas o negativas?, ¿agradables o desagradables?

¿Cuáles de ellas tienen más efecto en ti a la hora de alentarte para seguir adelante?