CONCILIAR MAGIA Y CONDICIONES DE SEGURIDAD
Te comparto el tema por escrito y también en audio, para que puedas elegir el formato que se adapte mejor a ti.
Reto Navidad - Día 2
Recuerdo como si fuera ayer el día que me enteré de quiénes eran realmente los Reyes Magos.
Me lo dijo una niña del colegio, un poco más mayor que yo. Yo tendría unos seis años, y me pasé todo ese día pensando en que, al llegar a casa, lo primero que haría sería preguntárselo a mi madre.
Una parte de mí deseaba que fuera mentira para poder seguir confiando en mis padres y en el resto de personas adultas. Una parte de mí, sabía que era verdad, porque el asunto no terminaba de tener coherencia, y la búsqueda de la coherencia siempre había estado muy presente en mi vida.
Y mi madre hizo algo que ahora sé que tuvo que romperle el corazón -y también creo que fue lo mejor que podía hacer en ese momento-. Me dijo la verdad. La pura verdad. Que lo que me había dicho esa niña era verdad y que los regalos los ponían ellos. Que los Reyes Magos no existían y que sentía mucho que me hubiera enterado tan pronto.
Y el cabreo que me cogí debió de ser supremo (en mi casa siempre he tenido fama de intensa), y por mi cabeza solo pasaban escenas, como si fuera una película, de momentos pasados:
«A dormir pronto que vienen los Reyes Magos». «Duérmete ya o igual se pasan esta casa (además de intensa, dormía poquito XD).»
«Mira, como no obedezcas, los Reyes Magos te traeran carbón.» Y la lamada ficticia: “Hola, son los Reyes Magos, sí, aquí tengo una niña que se está portando fatal, mejor no le traigan ningun juguete.” Por supuesto, yo, mientras, suplicaba que colgaran el telefono.
Y además del cabreo, tenía una tristeza profunda, porque toda mi Navidad, en ese momento, giraba en torno a los regalos (el lenguaje de amor de mi padre son los regalos; el de mi madre, los actos de servicio). Si no había regalos, ¿en qué quedaría la Navidad para mí?
Las siguientes Navidades fueron un pelín tristes, y yo, cada año, intentaba hacer algo nuevo para conservar la magia, en familia o sola. Pero realmente no había mucho interés… Al final, todo me parecía impostado, falso, absurdo. La palabra que me viene a la cabeza es transaccional. Así que, ya en la adolescencia, me borré de las Navidades…
Pero entonces me enamoré de mi mejor amigo. Esto queda muy de peli navideña, lo sé. Y resulta que él adoraba la Navidad, porque había conservado esa ilusión infantil que algunas personas logran conservar,, a pesar de haber crecido.
Recuerdo perfectamente el día X -de Xmas jijij-. Él me había recogido las notas, porque a mí me había salido un trabajillo, y cuando fue a llevármelas, me contó ilusionado que su sobrina (que hoy va a la universidad OMG) había nacido en Navidad… ¡Y me lo contaba como si fuera la cosa más maravillosa del mundo!
Y me contagié de su ilusión y su alegría y, poco a poco, Navidad a Navidad, fui siendo menos Grinch.
Entonces, la Navidad dejó de girar solo entorno a los regalos, y empezamos a construir nuestra propias tradiciones, en pareja y con amigos. Y cuando formamos una familia un poco más grande, todo fue luz, como de final de una película navideña.
Al menos, las primeras Navidades fueron así. Las segundas, empecé a sufrir un poco. Empezaron los chantajitos, las amenazas, el portarse bien… Y en mi cabeza, empecé a escuchar la música de Tiburón (ese ruido brutal que me hacía conectarme con todas las experiencias dificiles de mi infancia). Y le dije al ya-no-adolescente-Navidad-lover que yo pasaba de contarle ninguna historia a mi hija sobre Papas Noeles o Reyes Magos.
Su cara: un poema. En su cabeza había una historia perfectamente construida sobre la logística reparte regalos, digna de película de Navidad. No entendía nada de lo que yo argumentaba, porque para él no hubo trauma, ni siquiera se acordaba del momento en que había descubierto «el pastel». Él tenía cero recuerdos dificiles al rededor de la Navidad. Así que acordamos mantener los regalos. Y nos pareció bien.
¿Y cómo lo hicistéis? Ahora mismo te lo cuento. Pero, antes, deja que te explique por qué he puesto en el título la palabra seguridad.
Porque somos puerto seguro. Un puerto desde el que animamos a los peques a explorar, y desde el que les recibimos cuando vuelven. Somos su sitio seguro. Cuando mis padres me chantajeaban o amenazaban, yo creía todo lo que me decían. No sabía -como sé ahora- que no tenían otros recursos para ofrecerme ese puerto seguro, firme y amable, grande y bondadoso.
Enterarme de que todo eso había sido mentira fue dolorosísimo, porque la confianza que tenía en ellos se rompió. Que nuestros rituales fueran todos el día de la fiesta de los regalos, no ayudó mucho a que mis Navidades siguieran siendo mágicas o especiales. Y además, y quizá sobre todo, que mis padres no disfrutaran especialmente de la Navidad y, en el fondo, no se atrevieran a elegir sus propias tradiciones, sin postureos familiares que no les convencían, lo convertía todo en méro trámite.
Para que podáis entenderlo del todo: mi hermano, cinco años más pequeño que yo, fingió durante dos o tres años que aún creía en los Reyes Magos y en Papá Noel, para que no se acabara el chollo de los regalos. XD Cada uno, en su línea. XD
Lo que quiero decir, en definitiva, es que lo más importante, lo único importante, es conservar el vínculo de seguridad con nuestros peques. En estos años, ha sido lo único que he intentando defender: hacer las cosas con amor y desde la coherencia, sin preocuparnos por lo que piensen los demás, o por las posibles consecuencias. Con amor hacia los peques y, sobre todo, con amor hacia la persona que somos.
Os he contado solo una parte de lo que mis padres hicieron, una parte de lo que tuvo impacto en mí. Pero hay algo más que quiero contaros. Por suerte, aunque descubrir la verdad tuvo impacto, no es lo más importante:
Aunque las Navidades solo fuera la fiesta de los regalos, mis padres se desvivían por encontrar justo aquellos regalos que mi hermano y yo queríamos -y además, voluble que ya era una, seguro que los cambiaron varias veces-.
Se preocupaban por tener una mesa preciosa y llena de comida que nos gustara; ese día siempre hacían algo especial para mí, porque «lo que había no me gustaba” -vamos, que me dejaban no comer carne XDD-.
Nos llevaban a Cortylandia (ahora sé que, para los padres, Cortylandia es un infierno en la tierra).
El día de Reyes era una fiesta, y mi padre jugaba todo el día conmigo. Todo El Día. Deluxe.
Hacían cola para comernos el roscón recién hecho. Nos llevaban a la cabalgata, otro infierno en la tierra para ellos. Un año, incluso, a Madrid, porque a mí me hacía ilusión.
Poníamos el árbol, y nos dejaban, más o menos, ponerlo a nuestro gusto -que seguramente, para ellos, era otro infierno en la tierra-.
Nos animaban a dejar, cada noche de Reyes, comidita para los Reyes y agua para los camellos. Y un año, los “Reyes”, se dejaron un guante.
No recuerdo nada de los regalos de aquel año, pero recuerdo ese guante: blanco impoluto (del uniforme de mi padre, pero no ví/quise ver la relación), que guardé durante un año, y que me confirmaba, cada vez que lo miraba, que los Reyes existían y habían venido a verme, a mí, a mi casa.
Nos lo hicieron todo bonito, a pesar de que, para ellos, debía de ser lo peor, en definitiva.
Y si, es importante para mí enfatizar lo necesario de mantener un vínculo seguro y sano con nuestros hijos e hijas, aunque ahora, realmente, lo que más recuerdo, lo que más me llega, y por lo que más agradecida estoy, es por lo mucho que se esforzaron.
Y por eso, sé, con todo mi corazón, que pase lo que pase, hagas lo que hagas, cuando hay amor y hay honestidad -y honestidad puede ser contar historias de los Reyes Magos y, después, reconocer que es mentira y que sientes haber herido, si es que lo has hecho-, TODO está bien. Que puedas encontrar tu TODO estará bien esta Navidad 🙂
Y ahora, te dejo con lo prometido, te dejo un pódcast sobre limites y seguridad, para que te ayude a descubrir cómo conciliar magia y seguridad:
EJERCICIO
Después de escuchar el pódcast, ¿puedes pensar qué recuerdas de las Navidades de tu infancia? ¿Momentos de conexión? ¿Momentos de desconexión?
Te invito a que analices tus recuerdos y busques el aprendizaje que tiene, para ti, tu historia.
¿Qué tradiciones os gustaría crear, a partir de ahora?