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Te voy a copiar el texto completo sobre los periodos sensitivos:
(…) sensibilidades que se encuentran en los seres en evolución, es decir, en los estados infantiles, los cuales son pasajeros y se limitan a la adquisición de un carácter determinado. Una vez desarrollado este carácter, cesa la sensibilidad correspondiente. Cada carácter se establece con auxilio de un impulso, de una sensibilidad pasajera. Por consiguiente el crecimiento no es algo impreciso, una especie de fatalidad hereditaria incluida en los seres; es un trabajo minuciosamente dirigido por los instintos periódicos o pasajeros, que impulsan hacia una actividad determinada, que quizá es distinta de la que caracterizará al individuo adulto (…) Si el niño no ha podido actuar según las directivas de su periodo sensitivo, se habrá perdido la ocasión de una conquista natural, y se habrá perdido para siempre. Durante su desarrollo psíquico el niño realiza conquistas milagrosas; la costumbre de ver esas conquistas ante de nuestros ojos cotidianamente nos convierte en espectadores insensibles. ¿Pero cómo se orienta el niño, venido de la nada, en este mundo tan complicado? ¿Cómo consigue distinguir las cosas y porqué extraño prodigio consigue aprender un lenguaje con sus particularidades más minuciosas, sin tener un maestro, sino simplemente viviendo? Viviendo con simplicidad, con alegría, sin fatigarse; mientras que un adulto, para orientarse en un ambiente nuevo, necesita tantas ayudas, y para aprender una lengua debe realizar áridos esfuerzos, sin conseguir nunca la perfección de la lengua materna, que se aprende en la edad infantil. Un niño aprende las cosas en los periodos sensitivos, que se podrían parangonar a un faro encendido que ilumina interiormente, o bien a un estado eléctrico que da lugar a fenómenos activos. Esta sensibilidad permite al niño ponerse en contacto con el mundo exterior de un modo excepcionalmente intenso. Y entonces todo le resulta fácil, todo es entusiasmo y vida. Cada esfuerzo representa un aumento de poder. Y cuando, en el periodo sensitivo, ya ha adquirido unos conocimientos, sobreviene el torpor de la indiferencia y la fatiga. Pero cuando algunas de estas pasiones psíquicas se apagan, otras llamas se encienden y así la infancia pasa de conquista en conquista, en una vibración vigorosa continua, que hemos llamado el gozo y la felicidad infantil. Y en esta llama resplandeciente que arde sin consumirse se desarrolla la obra creadora del mundo espiritual del hombre. En cambio, cuando desaparece el periodo sensitivo, las conquistas intelectuales son debidas a una actividad refleja, al esfuerzo de la voluntad, a la fatiga de la búsqueda, y en el torpor de la indiferencia nace el cansancio del trabajo. Aquí reside la diferencia fundamental, esencial, entre la psicología del niño y la del adulto. Existe, pues, una especial vitalidad interior que explica los milagros de las conquistas naturales del niño. Pero si durante la época sensitiva un obstáculo se opone a su trabajo, el niño sufre un trastorno, o incluso una deformación, y éste es el martirio espiritual que aún desconocemos, pero que casi todos llevamos dentro en forma de estigmas inconscientes. Hasta ahora, el trabajo del crecimiento, es decir, de la conquista activa de los caracteres, había pasado, inadvertido; pero una larga experiencia nos ha mostrado las reacciones dolorosas y violentas del niño cuando algún obstáculo externo impide su actividad vital. Como ignoramos las causas de estas reacciones, las juzgamos sin causa y las medimos por su resistencia a ceder a nuestras tentativas para calmarlas. Con el vago término de caprichos denominamos fenómenos que difieren mucho entre sí. Capricho es todo aquello que carece de causa aparente, todo aquello que puede considerarse como una acción ilógica e indomable. Sin embargo, observamos que algunos caprichos denotan una existencia de causas permanentes que continúan actuando y a las que, evidentemente, no hemos encontrado remedio. Pero los periodos sensitivos nos pueden aclarar muchos caprichos infantiles; no todos pues existen diversas causas de luchas internas, y además muchos caprichos ya son la consecuencia de desviaciones de la normalidad que aún se agravan más con un tratamiento erróneo. Pero los caprichos relacionados con los conflictos internos que tienen lugar durante los periodos sensitivos son tan pasajeros como el periodo sensitivo mismo, y no dejan huellas en el carácter. No obstante, comportan la grave consecuencia de obstaculizar el desarrollo, lo cual es irreparable en el futuro desarrollo de la vida psíquica. Los caprichos del periodo sensitivo son expresiones externas de necesidades insatisfechas, toques de alarma de una condición equivocada, de un peligro, y si se ha presentado la posibilidad de comprenderlos y satisfacerlos, desaparecen inmediatamente. Entonces se observa cómo al estado de agitación sigue un estado de calma. En cambio, ese estado de agitación hubiera podido asumir finalmente la forma de enfermedad. Por tanto, es necesario buscar la causa de cada manifestación infantil, que nosotros denominamos caprichosa, precisamente porque esta causa se nos escapa, cuando podría representar en cambio una guía para penetrar en los rincones misteriosos del alma infantil, y preparar un periodo de comprensión y de paz en nuestras relaciones con el niño (…) El desarrollo psíquico no viene porque sí, y no tiene sus estimulantes en el mundo exterior. Es guiado por las sensibilidades pasajeras constituyendo instintos temporales que presiden la adquisición de los caracteres diversos. Y aunque esto se produce a expensas del ambiente exterior, éste no tiene importancia constructiva alguna, ya que ofrece únicamente los medios necesarios a la vida, paralelamente a lo que ocurre con la vida del cuerpo que recibe del ambiente sus elementos vitales por la respiración. Son las sensibilidades interiores que guían en la elección de lo necesario en el ambiente multiforme y en las situaciones favorables a su desarrollo. ¿Cómo guían? Guían convirtiendo sensible al niño ricamente para ciertas cosas e indiferente para otras. Cuando se encuentra en un periodo sensitivo, es como si emanara del mismo, una luz divina que iluminara únicamente ciertos objetos sin iluminar los demás, y en aquéllos se concentra el universo, para él. Pero no se trata sencillamente de un deseo intenso de encontrarse en ciertas situaciones, de no absorber más que determinados elementos; existe en el niño una facultad especialísima, única, y es la de aprovechar estos periodos para su crecimiento. Es durante los periodos sensitivos que efectúa sus adquisiciones psíquicas, como por ejemplo, la de orientarse en el ambiente exterior; o también, es capaz de animar de manera más perfecta e íntima sus instrumentos motores. En estas relaciones sensitivas entre el niño y el ambiente está la llave que puede abrirnos el fondo misterioso en el que el embrión espiritual desarrolla el milagro de su crecimiento.